A principios de la década del noventa, la librería El Aleph de la avenida Callao, casi Rivadavia, era un punto neurálgico de la circulación de impresos anarquistas de Buenos Aires. Allí se podía encontrar La Letra A. Publicación Anarquista. Antes que nada, llamaba la atención por su formato: era extremadamente alta y angosta, lo que resultaba del ingenio de plegar verticalmente las hojas oficio en las cuales estaba impresa. En sus cuatro primeros números, también era notable el trabajo de serigrafía en dos colores que decoraba su portada.

El primer número de La Letra A, que tuvo un precio de 10.000 australes, apareció en algún momento del año 1990 bajo una invocación mágica. La palabra anarquía, en su nota inaugural, remitía a la fórmula de un hechizo y a la materialidad protectora de un talismán. Lejos de una convocatoria ideológica se proponía un guiño y una invocación: “Anarquía abracadabra. Sus linajes nos remontan a costumbres y leyendas cuya dignidad y belleza redimen la raza humana.” Resumidamente: palabras que cuidan, alegran y consuelan. Importunar a sus lectores con la iluminación de sus desgracias hubiera atentado contra ese propósito. Así ese primer editorial era una invitación para quien la leyera: “lo incitamos a complicarse reafirmando la potencia mágico-política de las palabras disidentes. Y la rebeldía bien entendida comienza por la letra A”.

Sin signo partidario —“tomamos partido por el azufre, emblema oloroso del Señor del Averno”— estuvo regida, durante los tres años que existió, por el principio mínimo de la organización anarquista: la afinidad. Sus hacedores, que no se anunciaban como un grupo editor, fueron Christian Ferrer, Enrique Yurcovich y Matías Bruera. Con el tiempo se sumaría Paula Sibilia. El diseño estuvo a cargo de Raúl Torres. Por sus asiduas colaboraciones, se puede suponer que se sintieron cercanos a ese pequeño cónclave Néstor Perlongher, Osvaldo Baigorria o el artista Ral Veroni, entre otros y otras.

El anarquismo de La Letra A no surgía para alimentar una zona de resistencia u oposición, sino para crear un lenguaje propio que permitiera reflexionar sobre la autonomía. De ahí que sus temas recurrentes estuvieran ligados a potenciar y experimentar prácticas de libertad que pudieran realizarse en una suerte de aquí y ahora, exigencia temporal básica de la sensibilidad ácrata: el consumo libre de drogas, la experimentación artística, el éxtasis poético, la lucha contra los edictos policiales y el servicio militar obligatorio, la crónica de ciertas manifestaciones (indetectables en las crónicas más usuales de los ochenta o tempranos noventas), así como también la propuesta de inventar territorios. De igual modo, la biblioteca que se conformó número tras número parecía responder al gusto antes que a las necesidades doctrinarias. Entre los nombres que alimentaron el sistema de referencias de la revista, pueden mencionarse a Ursula K. Leguin, Murray Bookchin, Bruce Sterling, Joseph Conrad, Jim Morrison, Félix de Azúa, Antonio Escohotado, Tomás Ibañez, Gilles Deleuze y Michael Foucault. La presencia de este último, el carácter “inédito” de alguno de sus textos, permitiría pensar a La Letra A como un eslabón posible, no académico, de la recepción de su obra.

De trato respetuoso con el pasado histórico que la palabra sugiere –pequeñas miniaturas biográficas recuerdan a Mijail Bakunin, Severino di Giovanni y Thoreau– el anarquismo era recuperado principalmente como un impulso vital y experimental. Así una sección recurrente, la preciosa “zooteca ácrata”, se permitía ir más allá de la forma humana para erigir como modelos de conducta libre a los gatos, los perros o los rinocerontes. Por su parte, otras secciones (“Relaciones peligrosas”, “Por favor, señor cartero”, “Índex canonicum”) reconstruyen el ecosistema libertario del momento —con sus espacios de sociabilidad y puntos de encuentro— y sus materializaciones impresas.

Los dos últimos números de La Letra A fueron publicados en un ejemplar único en 1993. Su precio ya no era en australes, sino en pesos. Sin relación aparente con el cambio de época, su espigado formato, tan característico, ya no era el mismo. Su aspecto era el de una revista convencional, aunque su horizonte temático era el mismo. Sin embargo, por primera vez hacía su aparición de forma manifiesta el tema favorito de los argentinos: la Argentina misma. En una suerte de dossier, plumas tan disímiles como Carlos Correas, Pablo Avelluto, Claudio Uriarte, Eduardo Rinesi, Horacio González y Alejandro Rozitchner eran convocadas a reflexionar sobre la “estupidez” nacional.

 

La Letra A. Publicación Anarquista
Hacedores: Christian Ferrer, Enrique Yurcovich, Matías Bruera y Paula Sibilia.
Diseñador: Carlos Torres.
Lugar de publicación: Buenos Aires
Fecha de Publicación: 1990-1993
Cantidad de números: 6 (el 5 y el 6 fueron publicados en un único ejemplar)
Dimensiones: 34 x 11 cm. (nº 1-4); 34 x 23 cm. (nº 5/6)

Digitalización de Ahira

La Letra A
1990
La Letra A nº 1
La Letra A
1991
La Letra A nº 2
La Letra A
1991
La Letra A nº 3
La Letra A
1992
La Letra A nº 4
La Letra A
1993
La Letra A nº 5-6